Los hijos no se “pierden” en la calle, sino dentro de casa.


Muchas veces queremos que nuestros hijos sean los mejores. Queremos darles de todo. Queremos que no sufran, que no pasen carencias, que vivan una vida de tranquilidad y posibilidades. Queremos que aprendan idiomas, que sean estudiosos, preparados. Y en ese intento olvidamos algo: darles nuestra presencia, nuestro tiempo, nuestro amor. Gandhi lo escribió de un modo particular: “Antes de enseñar a leer a un niño, enséñele qué es el amor y la verdad.” El amor no se puede aprender en una lectura, el amor es un acto.


Se ha dicho que, de todos los aprendizajes, el aprendizaje del amor es el más importante: porque es el amor el que proporciona sentido a nuestra existencia y es el que nos conduce por un sendero de plenitud y paz, con nosotros mismos y con lo que nos rodea. El amor, en el mejor de los entendidos, es la base de la salud emocional. Y eso es lo que olvidamos enseñar a nuestros hijos: los llenamos de cosas, de juguetes y de aparatos tecnológicos, pero no les damos amor, cariño, orientación. Tratamos de suplir nuestras ausencias comprando cosas o dándoles buena ropa y buenos colegios, pero eso termina siendo, en algunos casos, innecesario si es que no se les da lo principal: el amor.



Cuando los padres viven ocupados, cuando nunca tienen tiempo para los hijos, cuando en la práctica están ausentes, allí es cuando los hijos empiezan a perderse. Los niños y los adolescentes tienen emociones y esas emociones deben ser escuchadas; ignorarlas es, casi siempre, el punto de quiebre: al no ser escuchados en casa buscan ser escuchados afuera. Entonces los amigos en la calle terminan dándoles sentido de pertenencia: la pandilla, el grupete, la banda, se terminan convirtiendo en su nueva familia. El adolescente siente que allí si pertenece a algo, que allí si le escuchan y que, además, tiene un rol.

Por eso, si los padres quieren hijos saludables emocionalmente, fuertes espiritualmente, unidos y respetuosos de la buena conducta, deben darles tiempo. Por esa es la regla: si los padres no se encargan de sus hijos, la calle se hará cargo de ellos. Y si usted tiene hijos con un “mal carácter”, conducta des adaptiva, usted lo que debe hacer es prestar atención a las emociones de ese hijo. Y tener paciencia. Esa es la clave: saber que las emociones hablan, que las emociones tienen una razón de ser. Los hijos no son “malcriados”, ellos tratan de expresar algo.

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