Necesito un Abrazo
Hace años, en los turnos de la noche, yo conducía un taxi, que se convirtió en un confesionario móvil. Los pasajeros me contaban acerca de sus vidas. Escuché a varias personas que me asombraban, me ennoblecían, me hacían reír y muchas otras me deprimían. Pero nadie me conmovió tanto como la mujer que recogí en una fría noche de agosto. Un día respondí a la llamada de una vivienda en un modesto sector de la ciudad. Cuando llegué a las 2:30 de la madrugada, el lugar estaba oscuro excepto por una tenue luz en el primer piso. Bajo esas circunstancias, muchos conductores esperan un minuto y se marchan. Aunque la situación se veía peligrosa, yo caminé hasta la puerta y toqué. “Un minuto", respondió una frágil voz. Pude escuchar que alguien caminaba lentamente arrastrando los pies sobre el piso, después de una larga pausa, la puerta se abrió y apareció una anciana mujer de unos ochenta años. A su lado había una pequeña maleta...